Una coraza es una protección y, en sí misma, no es mala si la utilizamos sólo cuando es necesaria. Pero imaginamos a un guerrero que nunca se la quita. La lleva siempre cuando está luchando y cuando no lucha. Se está protegiendo cuando existe un peligro, pero también cuando éste es inexistente. Con el tiempo, su vitalidad mermará (llevar una coraza siempre, cansa), sus movimientos quedarán limitados; dirigirse a donde quiere ir, o hacer lo que desea le será más difícil. Incluso luchar, que es su oficio, se verá afectado. También es cierto que esta afectación dependerá del tamaño de la coraza y del tiempo que la lleva ininterrumpidamente.
Dimensiones de la coraza
Si concretamos más, podemos definir coraza como una tensión muscular que hemos ido repitiendo a lo largo del tiempo y que ha sido desencadenada por una emoción y/o pensamiento limitador. Esta tensión nos ha ayudado en un momento determinado de nuestra vida a protegernos. Pero al repetirla, de forma inconsciente, acaba convirtiéndose en un encarcelamiento que nos provoca malestar físico (dolores o tensiones que sentimos con frecuencia o constantemente en alguna parte del cuerpo). Esta coraza física esconde debajo de una emoción (rabia, pena, miedo,…) que nos ha llevado a hacer la tensión muscular. Y esta coraza emocional, al mismo tiempo, se nutre de una coraza mental, con creencias limitadoras, como por ejemplo los demás son mejores que yo …, No soy capaz de …, No merezco el éxito… Por tanto , podemos decir que la coraza tiene 3 dimensiones: corporal, emocional y mental.
Un ejemplo: imaginamos a una persona que se siente enfadada o que siente rabia por algún hecho que le ocurre o por algo que cree que le han hecho. Nota cómo la rabia crece en su interior, pero tiene la creencia consciente o inconsciente de que si expresa esta rabia o enfado, la otra persona dejará de amarla. ¿Qué hace? Pues para evitarlo, bloquea la rabia, pulsa las mandíbulas y calla. Aquí vemos cómo una creencia limitadora hace que no gestionemos bien una emoción y acabemos inhibiendo la acción (de expresar o de decir al otro que nos hemos disgustado) y que tensemos en exceso una parte del cuerpo. Si este hecho se va repitiendo a lo largo del tiempo, esta persona quizá note la tensión en la mandíbula, pero seguramente también dirá que ella nunca se enoja. Ha inhibido tanto la rabia, que ya ni la siente. Y se relacionará con los demás sin ser verdaderamente ella y sin dar la oportunidad a los demás de saber que le han herido, por miedo a ser abandonada, de no ser querida.
Las corazas se forman a partir de la sensación de estar «en peligro». Esta alerta de nuestro cuerpo provoca una tensión muscular que hace que el cuerpo se contraiga para reaccionar ante ese peligro. En definitiva, para protegerse. Si nuestras corazas son flexibles, somos capaces de relajar esta tensión una vez la amenaza ya no está ahí. Cuando la coraza se va endureciendo, porque percibimos peligro en acciones de nuestro entorno y/o de nuestro interior (aunque no sea real), esta contracción no se descarga. Y entonces es cuando comienzan las limitaciones y las dificultades.
Las corazas en la voz
Llamamos corazas de la voz a todas aquellas tensiones corporales, emociones o pensamientos que acaban interfiriendo en la producción y la emisión de la voz, en definitiva, en la expresión.
Las podemos oír cuando experimentamos que la voz no fluye como quisiéramos, ya sea cantando, interpretando un personaje o hablando delante de un grupo. Por ejemplo, impartiendo una clase, pueden ocurrir varias cosas: Una, sentimos la dificultad, pero no sabemos localizarla. La segunda, sentimos una molestia física, que normalmente localizamos en la zona de la garganta. Esta molestia o tensión en la zona del cuello a menudo es sólo el último escalón de una larga escalera que ha comenzado en lugares que conscientemente no conocemos.
Si el funcionamiento de la laringe no es el causante de que la expresión vocal esté llena, ¿dónde encontramos su origen? Las causas son diversas: Exceso o falta de tensión en diferentes partes del cuerpo, posturas, en definitiva, actitudes corporales que impiden que los mecanismos implicados en la fonación funcionen como deben funcionar. Y esto acaba incidiendo en el soporte de la voz, en la respiración o en el timbre. Éste es el terreno que llamo coraza física y, cuando hablamos de coraza, es porque esta tensión, este gesto, la hemos repetido a lo largo del tiempo. Lo hemos repetido tanto que lo hacemos sin ser conscientes de ello, y ahora, más que protegernos o ayudarnos, nos limita.
También podemos encontrar el origen de una coraza en la gestión de nuestras emociones, por ejemplo, del miedo. Este miedo se refleja en el cuerpo. Si existe una amenaza, un peligro, la respuesta es inmediata. Nuestro cerebro más antiguo hace que nuestro sistema nervioso y hormonal entre en acción y prepare nuestro organismo para la fuga, el ataque o el sometimiento. El latido cardíaco aumenta, el nivel de adrenalina se incrementa, la respiración se altera, los músculos se tensan y la laringe puede contraerse (de ahí la frase «se me han puesto por corbata»). Es cuestión de supervivencia y, por tanto, la primera reacción es tan rápida que, en un primer momento, no pasa por nuestra conciencia.
¿Pero cómo es que en algunas ocasiones reaccionamos de esta manera si nuestra vida no corre peligro? Es evidente que un cantante o actor, por mal que lo haga en una actuación, no va a morir; tampoco un maestro en una reunión de padres. Entonces, ¿por qué podemos quedarnos sin voz o emitirla muy por debajo de nuestras posibilidades en algunas situaciones? Porque nuestro cerebro arcaico no distingue entre la realidad y la ficción. Percibe peligro y actúa: La respiración puede alterarse, los músculos pueden tensarse en exceso y las cuerdas vocales pueden perder su precisión de funcionamiento.
Aquí ya podemos intuir que las diferentes corazas están relacionadas. El miedo, en este caso, ha hecho que la gestión de nuestro cuerpo, de la respiración o de la laringe, se altere.
Pero podemos encontrar su origen en otra dimensión de la coraza: La coraza mental, los pensamientos, las creencias limitativas. A lo largo de más de veinte años trabajando el cuerpo con cantantes, docentes y personas con problemas de voz, he oído frases como: «No merezco el éxito», «mis opiniones no son buenas», «los demás valen más» , “si me expreso, no me amarán”, “no sirvo para cantar” y un largo etcétera. Estas expresiones son creencias limitativas. Son pensamientos que las personas dan como ciertos y, por tanto, ellas actúan o dejan de actuar para ser consecuentes con estos pensamientos. Algunas de estas creencias se encuentran en la superficie, son conscientes de ello. Otros están más escondidos, son inconscientes, pero nos condicionan igualmente.
A algunas personas estas creencias les hacen aflorar emociones como la rabia, la pena o el miedo, emociones que hacen que el cuerpo se modifique. Todos hemos experimentado que el cuerpo cambia si estamos muy tristes, rabiosos, alegres o con miedo, y seguramente hemos podido notar que las partes que se modifican y la forma en que lo hacen es diferente según la emoción que sentimos o queremos inhibir. La coraza mental puede incidir en la voz cuando estas modificaciones corporales acaban incidiendo en las estructuras del soporte de la voz, de la amplificación o en el último escalón: la garganta.
Por último, sólo quiero puntualizar que hay corazas pequeñas, grandes, flexibles, rígidas… Una misma tensión, emoción o creencia no afecta a todos por igual. Cada uno de nosotros es un instrumento sonoro único, que vive las emociones de forma diferente y tiene heridas y vivencias personales e intransferibles. Poder escuchar las corazas, localizarlas, dialogar con ellas, trabajarlas y flexibilizarlas puede ayudarnos a que nuestra expresión vocal sea más llena. A gozar con la expresión vocal. A veces es un camino corto; a veces, largo; pero siempre apasionante.