Cecília Gassull

El triángulo dramático y el cuerpo que construimos

En ocasiones no somos capaces de tener relaciones personales satisfactorias, saludables ni sanas. Estamos “atrapados” en una forma de hacer que no nos proporciona bienestar ni felicidad. Nos sentimos mal y culpamos a los demás de nuestro malestar. A veces nos culpamos a nosotros mismos. Sin embargo, persistimos en relacionarnos con los demás de la misma manera, una y otra vez. Algunos piensan que son atacados y no saben defenderse. Otros sienten que todo el día hacen cosas para ayudar al resto de personas sin pensar en sí mismos. A un tercer grupo les molestan las acciones y las palabras de los demás: encuentran que no actúan como es debido. En realidad es como si cada uno «mirara» sus relaciones a través de lentes que amplifican, distorsionan o eliminan algunos aspectos de las personas que participan.

En los años setenta, Karpman definió lo que llamó triángulo dramático. De una manera sencilla y muy gráfica, este concepto nos ayuda a comprender porqué nos sucede esto en algunas de nuestras relaciones, ya sea en el ámbito profesional o personal. El triángulo dramático, según Karpman, está formado por tres «personajes»: salvador, perseguidor y víctima.

Cómo actúa cada uno de ellos

El salvador huye. No quiere sentir su dolor y por tanto busca a otras personas que sufran como él para intentar salvarlos. Es esa persona que ofrece ayuda sin que se la pidan. Muestra seguridad, tiene respuesta y solución para todo. Ahora bien, olvida y abandona sus propias necesidades y maximiza las de los demás. Se mantiene muy ocupado y tiene mucho asumido ser un «buen chico/chica».

El perseguidor ataca. Tiene una relación agresiva con los demás. Todo le molesta y necesita que le tengan miedo. Humilla y rebaja a los demás. Debe tener la razón. Es una forma de sentirse valorado. Necesita tener control y, por tanto, controla los de su alrededor ya menudo pone muchas normas. Siempre está tenso.

La víctima se somete, no actúa. Es incapaz de pasar a la acción. Inconscientemente necesita amor. Y, sobre todo, atención, que le den cuidados. Desprecia sus capacidades y su propio poder mientras sobrevalora las de los demás. Pero al mismo tiempo cree que los demás son los culpables de su malestar. Siempre está inhibida.

Detrás de la supuesta autoconfianza del salvador y del dominio del perseguidor se esconde mucho miedo. En cambio, en la víctima hay mucha rabia, pero lo que vemos es tristeza, sumisión y resentimiento.

Entrar en el triángulo dramático

Si en la relación con los demás asumimos uno de estos roles, decimos que entramos en el triángulo. Entramos sin ser conscientes de ello y lo hacemos para que nos atiendan, nos amen, se hagan cargo de nosotros, porque tenemos miedos. La diferencia entre el perseguidor, el salvador y la víctima es que cada uno de ellos tiene una manera diferente de reaccionar ante una situación, de percibir a los demás. Es decir, tiene unas corazas concretas, una forma de respirar y también, una forma de disponer el cuerpo. No hay roles mejores que otros, son diferentes estrategias inconscientes para no ocuparnos de nosotros mismos, de las heridas que todavía no se han curado.

Si entramos en el triángulo, lo hacemos asumiendo un determinado rol. Solemos tener un «personaje preferido» para entrar. Ahora bien, una vez dentro podemos ir pasando de un rol a otro o quedarnos siempre en el mismo, pero es difícil salir de él. Desde dentro del triángulo, las relaciones no son sanas ni satisfactorias para ninguna de las personas que han entrado en este juego psicológico del triángulo dramático. También puede pasarnos que, según el ámbito o la gente con la que nos relacionemos, adquirimos un rol u otro. Por ejemplo, podemos ser salvadores en el trabajo y perseguidores con la familia.

¿A quién busca cada uno de ellos?

La víctima buscará a salvadores o perseguidores para relacionarse. De esta forma, puede seguir sintiéndose víctima. Con el primero oirá que no hace falta que actúe y con el segundo se asegura de que le recuerden su condición de víctima. De igual modo, el perseguidor y el salvador buscarán víctimas. Los primeros porque son una «presa» fácil y los segundos porque pueden seguir salvando y no sentir su propio dolor.

¡Dos perseguidores no se buscarán porque el resultado sería una relación explosiva! En cambio, si se encuentran dos salvadores el fruto de esta relación sería, como dice medio en broma una amiga, fundar una ONG.

Desde la visión del MLC, estas relaciones se explican también desde un punto de vista corporal. M. Lise Labonté (creadora del Método de liberación de corazas. MLC©) explica muy bien otro motivo del porqué salvador y perseguidor buscan víctimas y al revés: ¡ corporalmente encajan a la perfección! El pecho subido del salvador/perseguidor hace soporte al pecho hundido de la víctima. Como en la foto de Robert Mapplethorpe que he utilizado para este artículo. Estos roles acaban conformando una actitud corporal.

El cuerpo que han construido

Cuando se vive mucho tiempo como salvador, perseguidor o víctima, se va configurando un cuerpo en consonancia con ese “personaje”. Un perseguidor no dispondrá ni usará su cuerpo al igual que una víctima.

A grandes rasgos y con todos los matices posibles, el salvador y el perseguidor pueden tener actitudes corporales similares. Podríamos imaginar un superhéroe o el malo de los superhéroes. Su postura nos indica que están preparados para la acción: las rodillas estiradas, bastante curva lumbar y el pecho arriba; a menudo también tienen la musculatura de la nuca más contraída y esto hace que la barbilla mire un poco arriba. ¡Son invencibles y están por encima de los demás!

La víctima, por el contrario, no es capaz de actuar y tiene sus piernas con poca fuerza. Esta debilidad hará que disponga las rodillas un poco flexionadas, pies mirando adentro y el pecho, en mayor o menor grado, hundido con los hombros cerrados y la parte alta de la espalda curvada y quizás, la cabeza hacia delante.

Si dedicamos unos segundos a pensar en ello, seguro que podemos reconocer a compañeros, familiares, a nuestra pareja e, incluso, a nosotros mismos.

Cuando empezamos a observar ya observarnos, no debemos perder de vista que entramos en el triángulo dramático de forma inconsciente y que no hay buenos ni malos. Por tanto, hay que mirar a los demás ya nosotros con respeto, sin hacer juicios ni valoraciones. Hay que mirar desde el corazón.

No entrar en el triángulo

Si somos conscientes de cuándo y con quién entramos en este triángulo dramático tenemos la oportunidad de no hacerlo. De quedarnos fuera. De no entrar. Situándonos fuera del triángulo, tenemos las puertas abiertas para tener relaciones fáciles, satisfactorias, adultas, sanas y sin proyectar nuestro malestar en los demás.

Salir de la víctima significa pasar a la acción y, sobre todo, reconocer los propios talentos, la fuerza y ​​el poder interior que tiene uno mismo. Abandonar al salvador comporta atender nuestras necesidades y aceptar nuestros límites. Dejar al perseguidor implica darse permiso para soltarse, para aceptar que se puede estar bien sin tenerlo todo absolutamente bajo control.

Desde el cuerpo también podemos trabajarlo . Es posible que tengamos muy claro con qué rol actuamos y cuál es el motivo por el que lo hacemos, pero que, en cambio, no seamos capaces de modificarlo. El trabajo psico-corporal nos ayuda a llevar a la vida, a poner en práctica, lo que quizás intelectualmente ya hemos analizado y elaborado sobradamente.

Sabemos que una forma de sentirnos comporta una forma de disponer el cuerpo. Con el trabajo psico-corporal, poco a poco, podemos ayudar a sacar el exceso de tensión de nuestro cuerpo, cambiar su posición y respirar de una manera más armónica. También podemos contactar con nuestros miedos y emociones, que hemos escondido, así como también reconocer y poner en valor nuestros propios talentos, que quizás nos hemos negado durante tanto tiempo.

A medida que vamos flexibilizando nuestras corazas, podemos actuar de otro modo para que nos sintamos distintos y percibamos el entorno de forma distinta. Además, si nosotros dejamos de entrar en el triángulo, favorecemos que las personas de nuestro entorno no entren en él. Si dejamos de ser víctimas, no nos van a maltratar; si dejamos de perseguir, los demás podrán actuar y, si dejamos de salvarlo, reconoceremos la capacidad que tienen los demás para resolver las dificultades.

Reconocerse y salir del triángulo no es un proceso fácil ni rápido. No se hace de un día para otro. Cada persona debe encontrar el momento de iniciar este camino. Que será cuando ella sienta que está preparada para dar el paso. Iniciar e ir avanzando por el camino de la individuación, de ser realmente uno mismo, es un viaje realmente muy gratificante.»