Cuando podemos escuchar los mensajes que nos envía el cuerpo

El cuerpo nos habla de muchas formas, con síntomas físicos, con emociones, con pensamientos, con memorias. Ésta es la historia de Pura. Su cuerpo le habló de estas cuatro formas. Ella le escuchó y empezó a avanzar en su camino de individuación. Jung definió el proceso de la individuación como camino para llegar a ser un individuo; y en lo que se refiere a la individualidad entendemos nuestra peculiaridad más interna, última e incomparable. En definitiva, llegar a ser uno mismo [1] .

Pura es una buena amiga de hace años. Tiene una cara bonita y unos ojos grandes, aunque ella parece no ser consciente de ello. Desde hace mucho, no digiere bien, se le acumula aire en la barriga ya menudo el vientre se le hincha mucho. Como dice ella, parece estar embarazada.

Se apuntó hace años, en septiembre de 2012, en las clases de MLC. Se apuntó porque me conocía, pero no tenía ni idea de lo que venía a hacer. Ella venía a hacer ejercicio. No sabía que acababa de empezar un camino que ya no tendría vuelta atrás: Conocerse, preguntarse, escucharse y cambiar su posición en la vida.

En este post expongo una parte de su evolución. Parte que se llevó a cabo a lo largo de dos cursos.

Pura empezó las clases de MLC y en la segunda sesión hicimos un movimiento muy sencillo que consistía en quitarse el calcetín y acariciarse el pie. Cuando terminamos la clase, Pura no podía parar de llorar y dijo: «Me siento como si hubiera abandonado a alguien muy querido, como si tuviera mucha pena acumulada y al acariciar mi pie se hubiera liberado toda esa pena. Cuando hemos empezado a tocarnos el pie derecho me ha invadido una tristeza muy profunda, notaba que mi pie era muy áspero, que era muy desagradable, la tristeza aumentaba hasta que se me ha hecho un nudo en la garganta y los ojos se me han llenado de lágrimas, y mi pie me ha dicho: ¿Por qué me ignoras? ¿Por qué no me haces caso? ¿Por qué no me escuchas?»

El cuerpo había empezado a dialogar con ella. El pie forma parte de la coraza pélvica, nos sirve para andar, para avanzar. El pie que se sentía abandonado era el derecho, el masculino, lo que nos lleva a la acción. Esa era la manera que tenía su cuerpo de decirle: «¿Estás yendo hacia dónde quieres ir?», «¿Estás dónde quieres estar?», «¿Caminas por la vida cómo quieres hacerlo?»

Acababa de abrir una puerta y el cuerpo lo aprovechó. Esta tristeza duró varios días y, en los días posteriores, le aparecieron unas lesiones en la piel en los codos y en el lado izquierdo de las costillas que al cabo de unos días se hicieron grandes y se esparcieron por las manos, los pies, las piernas y la cara. Era psoriasis. Empezó un tratamiento para la piel, pero la psoriasis iba creciendo.

De semana en semana, Pura se iba sintiendo mejor y me comentó: «Aún lloro en cada clase, me siento más segura y tranquila y de mejor humor, especialmente con mis hijos. Comparto con más fuerza una complicidad que nos hace reír mucho a los tres, y no me enfado casi nunca. En cambio, mi marido es muy crítico con estas clases a las que vengo. Dice que si me hacen llorar no puede ser bueno para mí».

A medida que pasaban las semanas, Pura seguía llorando en las clases. En su interior guardaba mucha, mucha tristeza que ahora, poco a poco, iba permitiendo que saliera y soltar. Pero también aprendió a no juzgar tanto, ya escuchar y respetar lo que sentía, a vivirlo, a respirarlo.

Cuatro meses después de empezar las clases, haciendo un movimiento de brazos donde tocábamos la coraza del mal querido [2], Pura oyó una voz interior que decía: Ya no quiero a mi marido. Este pensamiento le afectó de tal modo que dedicó todos sus esfuerzos a negar ese pensamiento, a convencerse de lo equivocada que estaba su «voz interior». Su cuerpo ya hablaba con ella no sólo con sensaciones corporales, ahora también lo hacía con pensamientos. Conectando con una parte muy profunda de ella, su inconsciente le enviaba mensajes, pero era un aspecto tan escondido y negado por ella, que le resultaba difícil de aceptar.

Mientras, la psoriasis, las malas digestiones y la barriga hinchada seguían presentes.

El curso iba avanzando y el cuerpo decidió hablar con ella de nuevo. Esta vez a través de una memoria enterrada: Un aborto que realizó hacía muchos años y que ella nunca hubiera querido practicar. Poder revivirlo, oírlo y compartirlo con el resto del grupo al final de la clase, le ayudó a perdonarse. Días más tarde me dijo: «Lo que viví el otro día en clase me ha dado cuenta de lo importante que es no hacer nada que uno no quiera hacer, aunque otros nos empujen a hacerlo, porque no nos perdonamos. Ahora puedo vivir con esto y contarlo, aunque nunca lo supere». A menudo no se trata de superar, sino de aceptar y seguir adelante.

El cuerpo de la Pura iba cambiando poco a poco: la espalda iba enderezándose y los hombros iban ocupando una posición más abierta. Con el tiempo, empezó a darse cuenta de que la voz interior que le decía «ya no quiero a mi marido» no le engañaba; era real. Y empezó a abrir los ojos ya estar atenta para captar las señales, que ahora se le hacían evidentes, que con su marido no eran una pareja desde hacía años.

Por último, decidió separarse y quince días después de tomar la decisión y exponerla a su marido, ¡la psoriasis desapareció por completo! Cuando la separación fue real, es decir, cuando ya vivía separada físicamente de su marido, perdió 10 kg que le sobraban sin hacer dieta, las digestiones se volvieron fáciles y la barriga de embarazada disminuyó.

El trabajo que realizamos en las clases de MLC, en palabras de ella, es transformador: «Estos ejercicios, a mí, me ayudan a emprender los cambios necesarios en mi vida y estoy aprendiendo a vivir gratamente, como quiero vivirla: de frente, mirándola la cara, plenamente, aceptándome y amándome, respetando -me, sin culpa ni castigo ni censura, ni juicio. Sin miedo, sin limitarme, y siente tan sexy como yo quiera ser».

Pura sigue avanzando en su proceso de individuación, todavía no es consciente de la cara bonita y de los ojos preciosos que tiene, pero siente que lleva una vida más plena y feliz.

Las personas realizan cambios en su vida cuando son capaces de hacerlos. Cada uno tiene su ritmo, su momento. Y esto es importante saberlo por no culparse ni juzgarse. A veces podemos percibir y escuchar lo que nos dice nuestro cuerpo y tener miedo, sentir creencias limitadoras, juicios, sentir que no es el momento o largo etcétera. Cuando sea el momento y estemos preparados, no sólo escucharemos nuestro cuerpo y nuestra voz interior, también encontraremos la fuerza para tomar decisiones, dejaremos de juzgarnos, veremos la realidad de otra forma y avanzaremos un poco más en el camino de su individuación para vivir como deseamos, plenamente.

Este texto surge de conversaciones con Pura y de un escrito que mi amiga —que en este texto me pidió que utilizara el nombre de su abuela— me envió explicándome sus vivencias y su proceso personal que había realizado en las clases semanales de MLC. Gracias, Pura, por dejarme compartir tu experiencia.


[1] Jung, Carl Gustav (2009). El hombre y sus símbolos . Barcelona: Paidos.

[2] Ver: M. Lise Labonté (2001). Liberar las corazas . Ed. Luciérnaga, p. 69-91