El cuerpo es un mapa de nuestra vida. En el cuerpo traemos escondidas memorias de situaciones no resueltas, incluso aquellas que ni recordamos, que ya hemos olvidado a nivel consciente. Cuanto más dolorosa es esta memoria, más escondida está y también más olvidada o banalizada.
Pero la memoria y las emociones, las creencias y el dolor asociado a ellas están latentes, esperando la oportunidad de ser liberados y darnos la posibilidad de poder vivir mejor. Esta memoria no resuelta, olvidada, reacciona frente a determinados estímulos.
¿Cómo? Imaginemos que hemos tenido una mala experiencia con alguien. Seguramente, si vemos a aquella persona o alguien que nos parece que es ella, nuestro cuerpo reaccionará poniéndose en guardia, teniendo miedo, reaccionando como lo hizo cuando tuvimos aquella experiencia. Pues con las memorias olvidadas ocurre lo mismo, sólo que nosotros no entendemos por qué reaccionamos de esa manera.
Ésta es la historia de Juana —no es su nombre real, pero así preservo su intimidad—, que vivió en primera persona como su cuerpo le habló y la llevó primero a revivir la emoción retenida durante años y después le mostró una memoria que ella ni siquiera recordaba. Sólo sabía una historia que le habían contado sus padres.
Joana asistió al taller “Coraza diafragmática. Coraza de protección”. Se trata de un taller en el que trabajamos el diafragma como principal músculo de la respiración, pero también como mecanismo de protección.
Ella vino a este taller porque le interesaba para su trabajo —Juana trabaja la voz con otras personas— y porque había tenido una bronquitis durante la cual había tenido algún espasmo laríngeo por tos y había tenido una sensación de ahogo que la había angustiado mucho.
A lo largo de la mañana, fuimos trabajando el cuerpo suavemente para liberar las estructuras cercanas y reflejos del diafragma torácico, para finalmente realizar movimientos que incidían directamente en este músculo. Cuando acabó la clase, Juana no podía contener el llanto; había conectado con el miedo a que su hija muriera, el miedo a perderla. Era un miedo irracional; no entendía por qué de repente aparecía ese pensamiento y esa emoción de manera tan intensa.
Le pregunté si su hija tenía problemas de salud y me respondió que no. También me contestó que no a la pregunta de si en su familia había habido alguna muerte infantil. Y, de momento, la cosa quedó ahí.
Cuando Joana ya estaba fuera del curso y volvía a casa en coche, no podía parar de llorar y de repente apareció el recuerdo. Era ella la que había tenido la sensación de estar a punto de morir cuando era muy pequeña. Ella no tenía ningún recuerdo consciente, sólo la explicación, a lo largo de los años, de la anécdota de que cuando era muy pequeña se había atragantado con una espina de pez y su padre la puso boca abajo para intentarle quitar.
Joana decidió ir a ver a sus padres antes de volver a casa; necesitaba hablar de ese hecho que ella sólo conocía conscientemente por las explicaciones de los demás, pero que ahora se le presentaba nítidamente. Su padre le dijo que en ningún momento pensó que iba a morir y entonces ella se oyó decir: “Pues yo sí creía que me moría”.
Entonces entendió por qué cuando estaba con sus sobrinas vigilaba constantemente las piezas pequeñas cuando jugaban o por qué cuando una de las sobrinas se atragantó se le despertó un miedo muy grande. Su memoria olvidada había reaccionado al miedo a morir, aunque ella no la recordaba.
Lo que vivió Joana durante ese sábado fue como su cuerpo, al liberar el diafragma, su coraza de protección, le explicaba el miedo a morir que había guardado durante años en su interior, bien escondida en su inconsciente. ¿Cómo se lo explicó? Volviendo a hacerle sentir el miedo a morir ahogado, mostrándole la memoria que había escondido cuando era pequeña para protegerse. De hecho, su cuerpo ya había empezado a hablarle antes, con los espasmos laríngeos que le provocaban la sensación de ahogo.
Ella estaba preparada para afrontarlo, de ahí que el cuerpo se lo mostró. Hablar con sus padres y ponerle palabras le ha ayudado a comprender, a tranquilizarse ya dar un paso más en su proceso de individuación.
Si le damos la oportunidad, el cuerpo nos hablará, nos guiará y ayudará a liberar esta memoria, la emoción asociada a esta memoria y también a entender por qué vivimos cómo vivimos algunas situaciones. Y, por tanto, a cambiar la realidad.
No quiero terminar este escrito sin dar las gracias a la persona que está detrás del nombre de Juana. Gracias por ser valiente, por dejarme utilizar tu historia para contar cómo las memorias se guardan en el cuerpo y cómo nos pueden acondicionar, pero también como a través del trabajo corporal podemos sanar heridas antiguas y encontrar un mayor bienestar personal.